El dieciocho brumario de Luis Bonaparte (1852) es el ensayo histórico más célebre de Karl Marx (1818-1883). El texto describe el periodo de la historia francesa que va desde la revolución de febrero de 1848 hasta el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851, que desembocará en el régimen autoritario del Segundo Imperio. Marx rastrea la verdad tanteando entre los fenómenos particulares sin apoyarse en una filosofía sistemática; de allí el tono ensayístico, que le permite indagar con las armas de la sátira la teatralidad de la política. En este abordaje desprejuiciado de los procesos revolucionarios ya se advierten temas medulares de los Grundrisse y de El capital. El dieciocho brumario… convoca de manera provocativa a los lectores del siglo XXI, quienes podrán advertir que la categoría de «bonapartismo» es singularmente iluminadora para comprender el presente.

Traducción, introducción y notas de Miguel Vedda

Introducción


1. Un Marx para el siglo XXI

Las circunstancias históricas en las que aparece esta nueva traducción de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte promueven una lectura diferente en varios aspectos de aquellas que se desarrollaron en períodos anteriores. Durante las últimas décadas ha tenido lugar una intensa renovación de los estudios sobre la vida y la obra de Marx. En especial, han surgido reevaluaciones novedosas de El capital y, en términos más generales, de todo el conjunto de obras marxianas dedicadas a la crítica de la economía política. La definitiva caída en descrédito de las doctrinas del Marxismo-Leninismo promovidas por los regímenes del llamado «socialismo real» desde el momento en que se produjo la caída de estos ha contribuido al surgimiento de estas interpretaciones renovadoras. Estas también se vieron propiciadas por los progresos de la edición MEGA2 y por el creciente acceso a los manuscritos y cuadernos de anotaciones de Marx. Pero acaso más gravitante ha sido, en el plano global, la expansión (e imposición) de programas neoliberales desde comienzos de la década de 1970. Ante todo, en la medida en que tales programas de restauración del poder de clase, implementados con notable violencia física e ideológica (y, en ocasiones, mediante la imposición de sangrientas dictaduras, como las que hemos padecido en varios países de Latinoamérica), desacreditaron toda fe en la existencia efectiva y duradera de un capitalismo con rostro humano. Bajo estas condiciones, se tornó evidente la necesidad de recuperar una teoría como la del Marx tardío, cuyo propósito no era caracterizar una etapa particular dentro de la historia del capitalismo (digamos: la época «liberal» o la «monopólica e imperialista»), sino delinear los rasgos fundamentales de este. O, para emplear una expresión del autor de las Teorías sobre la plusvalía: descri­bir «la concatenación interna, […] la fisiología del sistema burgués» (Marx, 1980: II, 145). El proyecto se proponía entender el capitalismo como un sistema regido por una lógica totalmente distinta de las que habían dominado en otras eras de la historia humana. Concretamente: como un sistema de dominación abstracta, que en cuanto tal se diferencia de las formas personales de dominación que habían gobernado en todos los modos de producción precedentes. La lógica del capital –el impulso hacia el incremento desmesurado y continuo de las ganancias; el imperativo de una valorización incesante, indefinida, que se expande como una espiral fuera de control– se impone en un mundo en el que el valor se ha convertido en un sujeto automático (Marx, 1975: I/1, 188) o en «una sustancia en proceso, dotada de movimiento propio, para la cual la mercancía y el dinero no son más que meras formas» (ibíd.: 189). Bajo el imperio del capital, los procesos económicos se desarrollan, como dice a menudo Marx, a espaldas de los seres humanos, quienes se ven compelidos a observar la dinámica social como un movimiento de cosas bajo cuyo control ellos se encuentran, en lugar de controlarlo. Los procesos económicos, tal como postula Marx específica­mente a propósito de las magnitudes de valor, tienen lugar «independientemente de la voluntad, las previsiones o los actos de los sujetos» (ibíd.: 91). Si, en una praxis económica no orientada a la acumulación de capital, las mercancías son ofrecidas a cambio de un dinero que se emplea para comprar otras mercancías (M-D-M),1 la fórmula D-M-D”2 expresa una práctica en la cual el valor «se vuelve valor en proceso, y en ese carácter, capital. Proviene de la circulación, retorna a ella, se conserva y multiplica en ella, regresa de ella acrecentado y reanuda una y otra vez, siempre, el mismo ciclo. D-D”, dinero que incuba dinero –money which begets money– reza la definición del capital en boca de sus primeros intérpretes, los mercantilistas» (ibíd.: 189).

La intención de captar la lógica de toda una era explica en parte el alto grado de abstracción en el que se inicia El capital. De manera lenta y progresiva, el análisis va despla­zándose desde la dinámica estructural a los niveles más su­perficiales, hasta alcanzar, en el libro III, las categorías que expresan las relaciones capitalistas en su manifestación em­pírica y, con ellas, la forma en que este modo de producción se presenta inmediatamente a la conciencia cotidiana. La abstracción del punto de partida obedece a otra convicción del Marx maduro y tardío: corrigiendo las posiciones más tempranas (por ejemplo, la del Manifiesto Comunista, 1848), en que el desarrollo de la sociedad burguesa era visto como en sí progresivo y como un avance que permitiría que los seres humano se vieran «por fin, obligados a contemplar con una mirada sobria su posición en la vida, sus relaciones recíprocas» (Marx, 2008: 28), el autor de El capital sostiene que el capitalismo posee una capacidad totalmente excep­cional para encubrir sus propias lógicas de funcionamiento. La Modernidad capitalista se encuentra subyugada bajo di­versos fetichismos y mistificaciones que nacen de la relación de capital; se trata de fenómenos que no constituyen meras ilusiones, engaños de la conciencia que podrían de ser di­sipados por la ilustración científica. Son, antes bien, conse­cuencia necesaria de las formas de praxis correspondientes a las sociedades orientadas a la producción y el intercambio de mercancías (Heinrich, 2016a: I/, 175).3 Varios análisis recientes han insistido en afirmar que la fase neoliberal del capitalismo ha llevado las mistificaciones y fantasmago­rías a un nivel cuantitativa y cualitativamente más alto que cualquier etapa anterior de la Modernidad. Este hecho, que ayuda a explicar numerosos fenómenos de nuestro tiempo –entre ellos, la eficacia con que los modelos ideológicos afi­nes con la visión del mundo neoliberal continúan modelan­do las maneras de pensar y sentir de millones de seres hu­manos, persuadiéndolos de actuar en contra de sus propios intereses–, es una de las razones para la renovada atención que ha despertado El capital en las últimas décadas. Vere­mos luego que algunos temas centrales del Dieciocho Bru­mario de Luis Bonaparte se conectan con esta problemática.

Notas:

1 Mercancía-dinero-mercancía.

2 Dinero-mercancía-más dinero.

3 Cuando no se indica algo diferente, las traducciones son nuestras.

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