Pablo Jiménez Cea
El capital y su mundo (…) se basan en la existencia permanente del obrero (Marx, 2018, p. 261).
La existencia de masas hambrientas, indigentes y miserables a los pies de los rascacielos que pueblan las enormes megalópolis de las sociedades industrialmente avanzadas del capitalismo tardío del s. XXI es una postal común de nuestro presente, pero también un testimonio irrefutable de la supervivencia de las clases en el actual estadio histórico de la civilización capitalista. En efecto, pese a los enormes y acelerados avances tecnológicos del capitalismo contemporáneo que permiten una producción pasmosa de riqueza material —a costa, por cierto, de la destrucción creciente del mundo y la explotación intensificada de la humanidad—, la realidad es que la miseria social persiste y crece en el centro mismo de la sociedad actual. Esta sociedad, que sigue siendo fundamentalmente una sociedad de clases —que sigue siendo, entonces, prehistoria—, aniquila hoy con precisión aterradora grandes grupos humanos en cualquier parte de la corteza terrestre usando proyectiles que vuelan a decenas de veces la velocidad del sonido o envía sofisticados aparatos más allá de nuestro planeta original, pero es incapaz, por sus propias relaciones de producción fundamentales y de las tendencias inmanentes que de ellas se derivan, de eliminar el hambre, la pobreza o la indigencia.
La sociedad capitalista es una sociedad de clases debido a que es una forma social históricamente específica orientada por una compulsión objetiva hacia la valorización del valor, a la acumulación de capital. La producción capitalista de mercancías debe producir un plusvalor por sobre el capital adelantado, plusvalor que está constituido por el plustrabajo expoliado al trabajo viviente en el proceso inmediato de la producción de mercancías. Marx (2018) explica, avanzando en El Capital, que la mercancía como forma estructurante básica de la sociedad capitalista no puede entenderse sin el plustrabajo contenida en ella. Esto implica, por cierto, la producción creciente de sufrimiento irracional, debido a que el objetivo impulsor de la producción capitalista —la acumulación de riqueza abstracta—, sólo podrá lograrse a expensas de la explotación acelerada e intensificada del trabajo vivo. Intensificada, porque la compulsión objetiva hacia la disminución del tiempo de trabajo necesario para la producción de mercancías —que permite a las empresas punteras de ciertas ramas de la industria obtener una ganancia adicional por sobre el resto de la competencia— empuja hacia una explotación intensificada de la fuerza viva de trabajo y la vuelve más barata. Con el desarrollo de la productividad social se abarata al proletariado y, con ello, aumenta el tiempo disponible para la explotación de plustrabajo. Acelerada, porque esa explotación intensificada que exige el abaratamiento del proletariado, que tiende a convertir cada poro del tiempo social en tiempo de la valorización del valor y que obliga al desarrollo estratosférico de las fuerzas “productivas-destructivas” (Kurz, 2021) del capital, impone condiciones objetivas que exigen aumentos continuos y acelerados de la productividad social como condición de la reproducción ampliada del capital.
Por consiguiente, como se desprende de lo anterior, la acumulación de capital en el s. XXI sigue presuponiendo la existencia de una clase de “trabajadores libres”, libres de reservas suficientes de medios de subsistencia, libres de medios de producción para la reproducción de su existencia y libres de disponer jurídicamente de su propia persona y de su fuerza de trabajo como sus propiedades. Por lo tanto, libres de enajenar su fuerza de trabajo al capital a través de la celebración de un contrato que define el intercambio de esta particular mercancía por un plazo definido de tiempo a cambio de un salario —forma dineraria de los medios de subsistencia—. En otras palabras, en el seno de la permanente revolución tecnológica y científica del capital que abarata la fuerza viva de trabajo y que, de manera negativa, plantea las condiciones histórico-objetivas para la abolición del trabajo proletario, se acumulan y crecen las poblaciones proletarizadas.
La historia de la creación de esta clase de trabajadores “libres” es detallada por Marx (2018) en su célebremente conocido capítulo XXIV de El Capital. No entraré aquí a detallar esta historia ni a enriquecerla con los aportes historiográficos a esta materia que se han producido en los últimos 100 años, ya que, como también es ampliamente sabido, la acumulación originaria de capital es un proceso vasto que no sigue un patrón único y lineal, sino que se da en tiempos y lugares distintos de acuerdo con la expansión planetaria de la producción capitalista. Por ejemplo, mucho después de que fuera publicado El Capital, y bajo la bandera del marxismo, en la URSS y en China se llevaron a cabo sendos procesos de acumulación originaria y proletarización de la población como condición de la industrialización acelerada de esas naciones. Lo cierto es que esta clase de seres humanos separados de manera forzada de los medios de producción de la sociedad —y cuya separación se reconstituye continuamente a través de la coacción económica o la violencia desnuda de los ejércitos y las policías— no sólo sigue existiendo, sino que dada la actual dinámica de la crisis capitalista se encuentra incluso crecientemente imposibilitada de acceder a la forma dineraria de la riqueza social. La obra de Robert Kurz (2021b) ha señalado la importancia de estas crecientes poblaciones superfluas para el capital, señalándolas como víctimas de una “liberación negativa” del trabajo, porque han quedado liberadas del trabajo por obra del aumento de la productividad social y la automatización creciente de la industria, pero no de la relación social mercantil como condición de su subsistencia. Por su parte, Postone (2019, p. 59) señaló que estas masas superfluas testimonian de manera negativa la posibilidad de la abolición del trabajo proletario, el grado en el que los poderes combinados de la especie han ultrapasado la abundancia de riqueza material que haría posible aquí y ahora una sociedad emancipada.
No obstante, esa posibilidad no puede realizarse dentro del marco coactivo y antagónico de las relaciones de producción capitalista. La relación de capital, la relación entre el capital y el trabajo viviente es necesariamente una relación entre clases constituida por las formas del valor. Esta relación implica, además, una mutua implicación recíproca entre el proletariado y el capital, puesto que el proletariado sólo puede existir por merced a la continua renovación ampliada de su menesterosidad frente al capital. Esta menesterosidad se mantiene y amplía de acuerdo a la dinámica intrínseca de las relaciones de producción de la sociedad capitalista, relaciones que exigen la explotación del trabajo vivo como condición de la producción de plusvalor. El capital, entonces, no puede existir como tal por fuera de su relación con el proletariado como clase de los portadores vivientes de la mercancía fuerza de trabajo —puesto que esa mercancía está contenida en la corporalidad viva de seres humanos—. Por otro lado, y dada la misma dinámica de la reproducción ampliada del capital, esta reproducción se realiza históricamente como un poder crecientemente aplastante del capital sobre el trabajo vivo:
La producción capitalista no es sólo la reproducción de la relación de capital; es su reproducción en una escala siempre creciente, y en la misma medida en que, con el modo de producción capitalista se desarrolla la fuerza productiva social del trabajo, crece también frente al [trabajo vivo] la riqueza acumulada, como riqueza que lo domina, como capital, se extiende frente a él el mundo de la riqueza como un mundo ajeno y que lo domina y en la misma proporción se desenvuelve por oposición su pobreza, indigencia y sujeción subjetiva. Su vaciamiento y esa plétora se corresponden a la par (Marx, 2009, p. 103).
Es sobre esta base conceptual que hay que interpretar, entonces, el siguiente fragmento de El Capital:
El proceso capitalista de producción, considerado en su interdependencia o como proceso de reproducción, no sólo produce mercancías, no sólo produce plusvalor, sino que produce y reproduce la relación capitalista misma. Por un lado, [la clase de los capitalistas], por el otro [la clase asalariada] (Marx, 2018, p. 712).
La reproducción ampliada del capital comporta, en consecuencia, la creciente menesterosidad de los vivientes con respecto al capital. Parafraseando un poco a Adorno (2004a, p. 17), podríamos decir que el proletariado, que es la condición básica para la acumulación de capital, debe su vida a eso mismo que se le inflige. En efecto, el desarrollo histórico de la producción capitalista tiende a constituir al capital como una fuerza aplastante con respecto al trabajo vivo y que se autonomiza con respecto a sus propios productores, pero la condición de existencia de ese proceso es la explotación productiva del proletariado. Los seres humanos constituyen, tal como señala Marx (2009), “medios de producción vivos” para valorización del capital, cuya explotación es, de hecho, planificada de acorde a las necesidades contingentes del proceso de acumulación capitalista (p. 103).
Por consiguiente, en este nivel más complejo de determinación de la dinámica intrínseca de la socialización capitalista es imposible hablar de valor, mercancía, dinero, trabajo y capital haciendo abstracción del carácter antagónico de la relación de capital (Marx, 2018, p. 893). Si el capital en tanto que “sujeto automático” o “dinero que incuba dinero [money which begets money]” —según las célebres expresiones de Marx, (2018, p. 188)— es un constante impulso hacia la realización y reproducción del conjunto de las condiciones de su existencia, entonces, en la medida en que el valor no puede crecer sin la mediación del trabajo vivo, la relación del capital está en el centro del proceso de autovalorización del capital.
El llamado “sujeto automático” (Marx, 2018, p. 188) de la valorización del valor no puede devenir una dinámica autosostenida sin el intercambio entre capital y trabajo viviente. La mercancía fuerza de trabajo, inseparable de la corporalidad viva de la humanidad asalariada, es la mercancía de la mercancía al decir de Theorie Communiste (2022), esa mercancía especial que permite la articulación de la producción capitalista como una totalidad social coercitiva y antagónica con respecto a los vivientes que está dotada de una particular dinámica histórica intrínseca. Empero, Marx (2018, p. 63) es enfático en señalar que en la sociedad capitalista la actividad productiva del proletariado crea valor en el marco de determinadas relaciones sociales, pero no es en sí misma valor. Hay una no-identidad constitutiva del trabajo productor de mercancías como tal, puesto que en el proceso de producción capitalista la actividad productiva de la fuerza viviente de trabajo, del proletariado, debe ser sometida continuamente a la violencia de lo idéntico, subsumida en las formas sociales capitalistas: el proletariado debe producir mercancías para el intercambio con miras a la valorización capital, no productos útiles para satisfacer necesidades humanas concretas, debe realizar un trabajo excedente siempre más grande no con miras a la ampliación del tiempo libre de una comunidad dada, sino para obtener una parte cada vez menor del producto social que crea como medios de subsistencia —y, de esta forma reproduce su creciente menesterosidad frente al capital—, debe, en suma, reproducirse como clase asalariada en relación con el capital.
Dada esta no-identidad intrínseca que está anclada en el concepto mismo del trabajo productor de mercancías, es claro que una alternativa emancipatoria a la actual crisis destructiva de la civilización capitalista no puede venir desde la afirmación del trabajo asalariado ni de la clase obrera —porque, como tales, están constituidos por la forma valor de las relaciones sociales—. La posibilidad emancipatoria emergería necesariamente como una ruptura con la forma valor de las relaciones sociales y, por lo tanto, con la relación capitalista misma. Marx (2016) entendió esto tempranamente cuando ya en los Grundrisse afirmaba que:
Hacer que el trabajo asalariado subsista y, al mismo tiempo, querer abolir el capital, es, por lo tanto, una reivindicación que se contradice (p. 249).
Ciertamente nuestras condiciones no son las mismas que la de Marx, pero aunque el capitalismo tardío del s. XXI difiere enormemente de su estadio liberal decimonónico, la producción de plusvalor sigue siendo la condición fundamental de su existencia. Esto implica, necesariamente, de la mediación del trabajo vivo en el proceso de producción inmediato de mercancías. Por consiguiente, la existencia del proletariado, de una clase social históricamente específica de este modo de producción que personifica la categoría de trabajo y que existe efectivamente como fuerza de trabajo viviente disponible para el capital, es una condición básica de la persistencia histórica del capital hasta el presente. Si el capital quiere seguir existiendo deberá, por lo tanto, prolongar la existencia del proletariado —incluso aunque sus propias tendencias intrínsecas empujen hacia su supresión—.
Esto no debe llevarnos, por supuesto, a algún engaño con respecto a un automatismo de la historia. El final lógico del capital, su punto de fuga como diría Adorno (2005, p. 295), es la muerte de todos. El desarrollo de la actual crisis social y ecológica, tal como se manifiesta, por ejemplo, en Gaza, no deja lugar a dudas sobre las tendencias objetivas de la crisis del capital. Que la perspectiva de un mundo donde ya nadie pase hambre sea hoy plenamente realizable dado la abundancia de riqueza material, no quiere decir que esta posibilidad se realizará y que las clases finalmente serán abolidas para dar paso a una historia emancipada. Esta posibilidad sólo puede realizarse a través de un proceso de transformación social radical orientado a la abolición consciente de la socialización capitalista, pero esa abolición presupone la supresión del proletariado como clase del capital.
Esta perspectiva difiere, por lo tanto, del leninismo y del obrerismo tradicional en cualquiera de sus variantes hoy vigentes, pero también de las reformulaciones académicas de la obra de Marx que, habiendo decretado correctamente el fracaso del proletariado en el s. XX como el sujeto de la emancipación ha omitido, conscientemente o no, la vigencia de la necesidad de su abolición como condición básica de cualquier proceso de transformación social radical. Ahora bien, tal perspectiva implica también la necesidad de una mediación entre crítica radical de la sociedad y movimiento real, entre las luchas inmediatas del proletariado —entendido en su más amplio sentido— y otras luchas sociales (feministas, en defensa de la tierra, etc.), necesariamente reformistas, inmanentes, al sistema, y una perspectiva conscientemente orientada hacia la abolición del capital.
Sergio Tischler, en su Nota sobre El Común, señala la existencia contradictoria de la clase y la posibilidad objetiva “de la creación de un mundo liberado de la forma clase de las relaciones sociales” como posibilidad inscrita en el concepto mismo de clase. La transformación radical de la sociedad es concomitante a la abolición de las clases, eso señala la teoría, pero queda determinar si esa posibilidad intrínseca a la propia dialéctica del capital puede hoy realizarse en el marco de la crisis social y ecológica de la civilización capitalista. Lo cierto es que tal proceso sólo puede ser obra de millones, una obra de seres humanos vivientes que, estando dentro de la relación capitalista y determinados por ella, lleven a cabo prácticamente su negación determinada. Por otro lado, en el concepto mismo de clase está inscrita —como señaló Adorno (2004b, p. 171)—, también, la posibilidad de su integración. Ciertamente, la historia del movimiento obrero no deja dudas respecto a las posibilidades de integración del proletariado en el seno mismo de la relación de capital, como también la disposición de los sujetos a perpetrar contra otros, especialmente los más débiles, la violencia implacable del sistema.
Esto quiere decir que, hoy, es en los vivientes tal como han sido constituidos por el capital, por la relación de capital, que se concentran las potencialidades y los límites para la transformación social radical y esto es la fuente no sólo de una necesaria dosis de pesimismo —porque implica la posibilidad cierta de su inclinación hacia nuevas formas de reacción o hacia la barbarie exacerbada, como vemos en Gaza o en Estados Unidos—, sino también de que aún podamos agitar la necesidad de una praxis radical dirigida hacia la abolición de la sociedad de clases. Si existe una posibilidad para la emergencia de un mundo donde nadie exista de manera miserable, humillada y degradada—tal como lo formulaba el joven Marx—, esa potencialidad histórica siempre descansará en un movimiento práctico de seres humanos vivientes que busquen conscientemente su emancipación. Tal emancipación posible, como hemos visto, inseparable de la (auto)abolición del proletariado. Precisamente por esta necesaria determinación de la transformación social radical reside ahí, también, un freno para la posibilidad de la emancipación humana que está inscrito en el carácter contradictorio de la relación de capital y del concepto de clase. Efectivamente, esta emancipación requeriría de una ruptura consciente con el capital que presupondría una capacidad de las personas para romper con el miedo socialmente creado por el capital, el aislamiento y las coacciones objetivas que les atan a este entramado de socialización —o sea, también con la relación de clase—, coacciones objetivas son el resultado de la pseudoautonomización del capital con respecto a los seres humanos vivientes.
Dada esta determinación de la transformación radical —su carácter obligatoriamente consciente—, la convergencia entre una perspectiva radical y movimiento real es necesaria porque, como nos demuestran las revueltas de la última década, el levantamiento de millones todavía es posible en el seno de la crisis del capitalismo tardío, pero este no llegará más lejos de los disturbios y el choque con la represión policial e institucional del capital si no es capaz de constituirse en un movimiento práctico conscientemente dirigido a la liquidación del sistema —es decir, a la supresión de la relación de capital—.
En medio de la crisis social y ecológica de la civilización capitalista es más cierto que nunca la idea de que “de una chispa prenderá el fuego” de la ira y la rabia social. Es cierto, pero la garantía de que ese fuego social no alimente el caldero de las nuevas formas de reacción y la barbarie hoy en auge, que no se convierta en refuerzo de la impotencia y alimento de la reestructuración represiva del capital, sino de la transformación social radical, dependerá siempre de la existencia de una fuerza histórica consciente que luche prácticamente en contra del poder del capital, que se oriente prácticamente hacia la supresión de la relación capitalista y que ofrezca alternativas emancipatorias concretas a la crisis del capital que amenaza con convertir el mundo entero en Gaza.
Referencias
Adorno, Th. W. (2004a). Sociedad. En Escritos Sociológicos I. Madrid: Akal, pp. 9 – 18.
Adorno, T. W. (2004b). Anotaciones sobre el conflicto social hoy. En Escritos Sociológicos I. Madrid: Akal pp. 165 – 182.
Adorno, T. W. (2005). Dialéctica Negativa. La jerga de la autenticidad. Madrid: Akal.
Kurz, R. (2021). La sustancia del capital. Madrid: Enclave.
Marx, K. (2016). Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857 ~ 1858 (1). Iztapalapa: Siglo XXI.
Marx, K. (2009). El Capital Libro I Capítulo VI (inédito). Resultados del proceso inmediato de producción. Ciudad de México: Siglo XXI.
Marx, K. (2018). El Capital. Crítica de la economía política. Libro primero: el proceso de producción de capital. Buenos Aires: Siglo XXI.
Postone, M (2019). La crisis actual y el anacronismo del valor: una lectura marxista. En Sociología Histórica, (9), pp. 43 – 62.
Theorie Communiste (2022). De la ultraizquierda la teoría de la comunización: más allá del programatismo. Rosario: Lazo Negro.